Por Julieta Albano (*)
John Maynard Keynes aseguró que la regulación macroeconómica es una construcción social que debe surgir del consenso. Y, en este sentido, la transversalidad en la política conlleva al logro del consenso.
En la política argentina, lo transversal tiene sus raíces en la necesidad de concentrar tradiciones políticas y reunir valores culturales con la finalidad de concentrar el poder. Perón incorporó esta idea y sustituyó, en 1974, la frase «para un peronista no hay nada mejor que otro peronista» por el lema «para un argentino no hay nada mejor que otro argentino», simbolizado con su abrazo con el líder radical Ricardo Balbín. El General avanzaba en la creación de un sistema político transversal.
Ahora bien, el tema es hasta dónde avanzar en la transversalidad para lograr el consenso. Lo ocurrido con Cobos en 2008 nos demostró que el kirchnerismo avanzó y rebasó los límites posibles, olvidando que los gestores de política económica guardan la matriz de su formación inicial (que posee una ideología detrás) y que, finalmente, deciden qué políticas e instrumentos aplicar y cómo hacerlo, desde esa ideología. Es aquí donde la transversalidad se nos viene en contra.
Yéndonos a la última elección legislativa, analicemos lo ocurrido con UNEN en la Ciudad de Buenos Aires, donde se llega al poder con una coalición y una vez arribado al mismo, las mismas se desfiguran al instante formando “interbloques” y “monobloques”, con un “conductor natural” de los mismos, no sabemos por cuánto tiempo. También tenemos el caso de alianza trunca protagonizada por Francisco De Narváez y Mónica López luego con Massa y miles más…
La transversalidad coadyuva a concentrar el electorado y el poder, pero podría hacer más difícil ponernos de acuerdo acerca de qué políticas aplicar y tornar más lenta la toma de decisiones. Cada política económica está vinculada con una ideología, de la cual es difícil despegarse, y la política transversal implica negociaciones constantes entre los diferentes pensadores involucrados.
Lo transversal puede visualizarse como un punto de encuentro y, a la vez de choque, de personas que piensan de una manera diferente pero que están dispuestas a discutir sus puntos de vista acerca de valores en común, de objetivos de política, de normas y de políticas a aplicar dentro de las instituciones.
Para ser exitosa, la política transversal debe tener un límite, para que cada actor no termine traicionando su ideología al tomar decisiones ni perjudique con sus acciones la gobernabilidad, y contribuya a la coordinación de todas las actividades a nivel institucional, aunque esto implique un tiempo adicional para lograr ponerse de acuerdo acerca de qué políticas aplicar.
Como conclusión podemos decir que la transversalidad coadyuva para el logro de la gobernabilidad; pero debe trabajarse con un límite, para que ningún actor viole su ideología; para que las decisiones que se tomen tengan una base racional fundamentada en la teoría económica y que las mismas se tomen con un tiempo adicional, el necesario para el logro del consenso al interior del grupo.
El límite a la transversalidad debe provenir de dos lados: de un electorado que sepa discernir y de la ética del político, de sus valores, donde no de lo mismo haber sido kirchnerista, otrora peronista y luego devenido radical. No olvidemos que a la larga o a la corta “siempre brota lo de adentro” y es ahí donde necesitamos un electorado inteligente que sepa discernir entre propuestas “armadas para ganar el poder” y propuestas legítimas, que son las que valen para construir un país mejor.
(*) Licenciada en Economía, Magister en Finanzas Públicas Provinciales y Municipales de la UNLP.