Por Federico Depetri (*) – Especial de F5 Diario
2013. Meses antes de las Paso legislativas. Sergio Massa, intendente del Frente para la Victoria en Tigre, estaba decidido: quería encabezar la lista para ir como diputado y comenzó a sondear dentro del partido eventuales apoyos. Se encontró con un eco que se fue multiplicando más allá de sus declaraciones, lo que lo empujó a romper con ese armado y generar un nuevo espacio que, finalmente, terminaría imponiéndose en las elecciones, lo que fue el primer golpe a un kirchnerismo que a partir de ahí no dejó de perder.
Al frente competía un Martín Insaurralde, que pasó de ser un completo desconocido para las mayorías a tener un digno papel en los comicios, lo que catapultó su imagen positiva y generó que varios análisis coincidieran en señalarlo como un nombre puesto para pelear por la Provincia: sin embargo, algunas declaraciones por fuera del corazón duro K le valieron que la dirigencia de ese partido le soltara la mano. Insaurralde, Jésica Cirio mediante, se tuvo que contentar con retener Lomas de Zamora, lo que, con el diario del lunes, hoy cobra un valor diferente.
Dos decisiones con las que el Frente para la Victoria perdió la posibilidad de configurar un armado fuerte en una Provincia que, al fin de cuentas, fue el territorio que los condenó: Aníbal Fernández fue demasiado para una sociedad deseosa de un cambio que no dudó en elegir a María Eugenia Vidal y habilitó una derrota que pocos habían pronosticado y que cambió el escenario de cara a la presidenciales.
Ya en 2015, esta vez antes de las Primarias presidenciales, el kirchnerismo protagonizó otra medida desconcertante: dinamitó la interna entre Daniel Scioli y un Florencio Randazzo, que se negó a ir por la Provincia, lo que a la postre fue la antesala de lo descripto en el párrafo anterior.
No hay mal que dure mil años
Ni gobiernos trece. Después del tercer mandato consecutivo del Frente para la Victoria, resumir la derrota a un puñado de decisiones partidarias sería totalmente desacertado. El resultado del cansancio de todo proceso cerrado a la autocrítica no puede tener otro final que el yerro, más allá de que los indicadores socioeconómicos son totalmente diferentes a los que heredó cuando alcanzó el poder en 2003.
La inflación, los problemas con la compra de dólares, o la necesidad de sincerar los índices del Indec fueron los componente económicos de un coaktail que se complementa con el rechazo a las formas de hacer y mantener poder, la cuestión sindical y la necesidad siempre vigente de la alternancia, factores que fueron asimilados con acierto por la alianza de múltiples espacios que convergieron en Cambiemos.
Cambio de piel
Proscripto, perseguido y muchas veces derrotado, lo que no podemos decir del peronismo es que no sabe perder. Pero en lo que más tiene experiencia es en señalar los culpables de los tropiezos. Y tal vez, con algo de injusticia, sea Daniel Scioli quien tenga que pagar los platos rotos que se acumularon durante años de desaciertos.
Cristina Kirchner, en cambio, corre con una suerte diferente: se va con imagen positiva y la certeza de que la pelea por el comando peronista aún no está clara, por lo que todavía puede reclamar las riendas de un partido que se deberá adaptar a ser oposición, por más de que el propio Randazzo, Juan Manuel Urtubey, Massa o José Manuel De la Sota se arroguen representar ese lugar.
Con el Congreso como paradójico reducto donde aún puede reclamar algo de poder, el Frente para la Victoria se prepara para mudar de piel y hacer un recuento de lo que se decidió en las urnas, o definitivamente cambiar de forma, como ha sucedido tantas veces cuando tras las derrotas deja el poder vacante.
(*) Periodista, editor de política de F5 Diario.