Por Facundo Manes (*) – Red Social X
Pasó poco más un mes y medio desde que terminó un gobierno desastroso que llevó la inflación a las nubes, multiplicó la pobreza y manejó pésimo la pandemia. Pero todavía las cosas se pueden empeorar. En estos días el nuevo gobierno generó dos hechos inéditos en nuestros 40 años de democracia: un decreto que pretende derribar intempestivamente cientos de leyes y disposiciones, una parte sustantiva de la arquitectura jurídica de nuestro país, como si un iluminado asesor en las sombras pudiera decidir, por sí solo, en qué sociedad debemos habitar; y un proyecto de ley que todo lo abarca y que el parlamento debe discutir sí o sí de manera intempestiva.
Una vez más parecemos atascarnos en una de las trampas que llevó a la Argentina a la inmovilidad y la postración: un país que se bandea como un péndulo, que oscila entre un estatismo fervoroso y una voracidad desreguladora, un país cuyos gobiernos van de la cultura del derroche a la épica del ajuste como un elixir de todos nuestros males. Pero que, aunque aparentemente enfrentados, ambos coinciden en la prepotencia y el eslogan que repite: no hay otra alternativa. Claro que la hay. ¿Por qué no probamos con generar más riqueza a partir de consensos básicos y un modelo de desarrollo sostenible e inclusivo?
No debemos renunciar al deseo de un país próspero, con una sólida iniciativa privada y un Estado eficiente, con emprendimientos, inversiones y protección de los más necesitados. Por eso estamos decididos a ejercer una oposición comprometida y responsable con el presente y el futuro de la Argentina. El DNU y la ley ómnibus tal como fue presentada por el gobierno no solo tensan los límites de la democracia por las formas sino también empobrecerán aún más a los argentinos por el fondo. No es verdad que no hay opción. Mantenemos la firmeza de nuestras convicciones: sin democracia no hay desarrollo y sin un verdadero desarrollo no habrá democracia plena.
(*) Neurocientífico, diputado nacional de la Unión Cívica Radical (UCR).