Por Noelia Barral Grigera (*) – Columna de The Washington Post
Exactamente 120 horas duró la crisis que causó en el gobierno de Argentina la profunda y extensa derrota en las elecciones primarias del 12 de septiembre, de cara a las legislativas de medio término que se llevarán a cabo el 14 de noviembre. Estas elecciones, que el presidente Alberto Fernández había encarado como un plebiscito sobre su gestión, terminaron mostrando cómo se le escurrieron cuatro millones de votos al peronismo de 2019 a esta parte. Para completar el cuadro que sumergió al gobierno en la desolación, Juntos por el Cambio, la alianza electoral que hace seis años llevó a Mauricio Macri a la presidencia, revalidó su 40% a nivel nacional y candidatos de la derecha autoritaria que ya venían copando el debate público se posicionaron para tener desde diciembre próximo representación legislativa.
Durante los cinco días de conmoción espiralizada dentro del gobierno — lo que incluyó renuncias de ministros, funcionarios, y fuertes palabras de miembros de su gabinete—, la discusión pública entre Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, su vicepresidenta y a la vez principal accionista en el frente oficialista, escaló hasta dimensiones preocupantes. Presionado por su Vicepresidenta y las circunstancias, Fernández cerró el episodio la noche del viernes 17 de septiembre con el cambio de parte de su gabinete, reemplazando a cinco ministros y a un secretario de Estado.
Las nuevas designaciones en el gabinete fueron leídas por un sector de la opinión pública como una victoria de la Vicepresidenta en la descarnada interna oficialista. Sin embargo, esa mirada pasa por alto el hecho de que no son personas que responden políticamente a ella, además del hecho de que todos los botones del gabinete económico (central en un país con 42% de personas en situación de pobreza) siguen en manos del Presidente.
Más allá del ingreso a la gestión de gobierno de dirigentes con mayor peso específico propio y experiencia de gestión (la mayoría de ellos ex integrantes de los gabinetes de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, donde fueron compañeros del propio Fernández), que podrán aportar peso político al gabinete presidencial de cara a la segunda parte del mandato, la reconfiguración del equipo ministerial no anticipa cambios profundos en la dirección del gobierno. Ni en el corto plazo, en el que la administración de Fernández procurará revertir o al menos suavizar la derrota de cara a las elecciones legislativas de noviembre, ni en el largo plazo, pensando en los desafíos que le quedan por delante a una gestión que debe corregir una inflación desbocada, destrabar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional por la deuda más grande de América Latina y mejorar los índices de pobreza y desempleo, entre algunas de sus cuestiones más urgentes.
Entonces, después de cinco días de una crisis que no hizo más que escalar, queda flotando una pregunta: ¿Era necesario llevar al frente oficialista y al gobierno mismo hasta la cornisa de la ruptura para terminar cerrando el conflicto con un cambio que en realidad no cambia nada? El Presidente y la Vicepresidenta parecen haber optado por una bazooka para matar a un mosquito. El tembladeral fue muy fuerte. Movió a todos los sectores de la política y la economía argentinas, que salieron a alinearse con uno o con la otra, dejando heridas y asperezas que tardarán en sanar, si alguna vez sanan. ¿Y para qué?
Afinando la mirada y pensando en los matices sutiles del nuevo gabinete, podría decirse que hubo en Fernández un intento de dialogar con el voto mayoritario que en las elecciones primarias de hace 10 días se volcó hacia candidatos de posiciones más conservadoras, expresadas en Juntos por el Cambio y en Avanza Libertad. Sería esa una posible explicación para el cambio en el ministerio de Seguridad y Justicia, del que salió la socióloga Sabina Frederic para dejarle paso a un hombre que ya se había sentado en esa silla: Aníbal Fernández. Sin embargo, persiste aún ante esa lectura la pregunta: ¿Tamaña crisis solo para cambiar el tono de la gestión de la seguridad, mientras gran parte de la población está acorralada por las urgencias económicas?
Después de la derrota electoral, el gobierno de Alberto Fernández necesitaba un cambio. El Presidente y Fernández de Kirchner discutieron cara a cara primero, a través de los medios después, y vía emisarios finalmente la dimensión que debía tener ese giro. Y la conclusión, después de tanto estrés, es que no hubo tal. La pelea desembocó en un callejón que por ahora no parece tener salida: el callejón de la unidad. Los equilibrios internos en el frente oficialista, esos que hacen que la coalición pueda mantenerse unida, volvieron a primar y obturaron esta vez la posiblidad de un cambio real.
(*) Periodista política. Conduce el noticiero central del canal de noticias IP y es columnista política en Radio Con Vos. Ha publicado el libro “El otro yo”.