Por Hugo Alconada Mon (*) – The Washington Post
Falta un año para las elecciones presidenciales en la Argentina, pero bien podrían ser mañana. O al menos eso parece al leer y escuchar las declaraciones de políticos importantes que inflan y desinflan candidaturas, mientras el gobierno de Alberto Fernández sufre una sangría prematura de funcionarios. Durante las últimas semanas se marcharon cuatro ministros, el número dos del área de Comunicación de la Presidencia y el jefe de Gabinete adelantó que lo hará en febrero.
El saldo del éxodo oficialista es elocuente: transcurridos tres años de mandato, solo un cuarto del equipo original que designó Fernández sigue en funciones y al Presidente le cuesta cada vez más encontrar sustitutos. Es un síntoma de su debilidad actual y del pesimismo que lo rodea sobre el futuro de su gestión, aun cuando Fernández sueña con competir y ganar su reelección en 2023.
“¿Él quiere, ¿qué duda cabe?”, respondió su ministro de Seguridad cuando le preguntaron si el Presidente todavía se ilusiona con buscar su reelección, a pesar de los pésimos índices de imagen y respaldo que cosecha en las encuestas. Lo paradójico es que el funcionario no salió al cruce de las críticas de la oposición ni de versiones callejeras, sino que le respondió a otra figura de la coalición gobernante: Máximo Kirchner, hijo de la vicepresidenta y referente insoslayable de la coalición oficialista Frente de Todos, Cristina Fernández de Kirchner.
Máximo Kirchner, quien preside el Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires, el principal bastión peronista, dijo: “Hoy por hoy no tiene candidatos el peronismo. Alberto dijo que sí, (Sergio) Massa dijo que no, y creo que Cristina tampoco va a ser”. Y causó un revuelo mayúsculo.
Ese es, sin embargo, el punto. El país tiene 100% de inflación y compite con Zimbabue, Cuba, Venezuela y Ghana por el podio mundial de alza de precios. Uno de cada tres argentinos es pobre y es la nación que más empeoró en ese rubro durante la última década en América Latina. Y tenemos a los dirigentes políticos mirándose el ombligo: hablan de candidaturas, hablan de eliminar las elecciones primarias, hablan de adelantar las generales, pero callan sobre cómo resolver los monumentales desafíos sociales, económicos, fiscales, tributarios, laborales y educativos, entre otros, que afronta el país.
Hablan de reforma judicial pero solo porque Fernández de Kirchner quiere solucionar sus problemas en los tribunales y para eso necesita controlar a jueces y fiscales. Y hablan de las elecciones presidenciales de Brasil, pero porque creen que el triunfo de Luiz Inácio Lula da Silva o de Jair Bolsonaro le daría un nuevo aire, un empujón, a las tendencias de uno u otro lado.
Hablan, incluso, de fútbol. Como el expresidente – y acaso candidato en 2023- Mauricio Macri, quien acaba de lanzar un libro cuyo contenido es elocuente. Dedicó 80 páginas a repasar su paso por la presidencia del club de fútbol más popular del país, Boca Juniors, pero apenas un párrafo de 10 líneas a la educación, a la que él mismo definió en el libro como el tema “más importante de todos”, como bien remarcó el analista Ernesto Tenembaum. Abordó en diez páginas (sobre un total de 295) todo lo que dijo que hay que hacer y cambiar en el país.
Esa desconexión de la clase política no hace más que reforzar la desconexión ciudadana. No es casualidad que en las últimas elecciones, en 2021, se registraron los índices más altos de ausentismo desde el retorno de la democracia en 1983. Un 32,2% votantes no fue a las urnas durante las primarias, lo cual se redujo un poco en las elecciones generales (28,6%) que aun así fueron las más bajas en casi cuatro décadas.
No es casualidad, tampoco, que figuras más extremas que se presentan como “antipolíticas” o outsiders crezcan en las encuestas, como Javier Milei, quien cosecha simpatías entre los jóvenes, quienes nacieron y crecieron en democracia y dicen estar hartos de los discursos llenos de promesas y la falta de resultados concretos de los políticos “tradicionales”.
Lo preocupante es que la clase política en general – y el gobierno, en particular- no reaccionan con la urgencia y fuerza necesarias para afrontar esos desafíos mayúsculos. Así, mientras la semana pasada el sindicato de camioneros amenazaba con parar y desabastecer el país si no le daban un aumento salarial de 131% a sus afiliados (obtuvo 107%), y Unicef denunciaba ante el Congreso los problemas que acarreará a la niñez el recorte al presupuesto en 2023, el Presidente optó por concentrar sus energías en contestarle a un concursante de Gran Hermano. Sí, un jefe de Estado versus un reality show.
¿Qué falta para que los políticos reaccionen? ¿Una protesta ciudadana de proporciones mayúsculas? ¿El estallido de una crisis económica, social y política como la que ya vivió la Argentina en 2001? ¿La irrupción de un outsider como fue Donald Trump en Estados Unidos? ¿Acaso no comprenden que entonces será demasiado tarde? Da la sensación de que demasiados políticos no entienden, ni vislumbran, que son vistos como una casta desconectada de la realidad.
(*)Abogado, prosecretario de redacción del diario argentino “La Nación” y miembro del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación.