Por Marion Reimers (*) – Columna de la edición en español de The New York Times
La narrativa de la Copa del Mundo de fútbol masculino es probablemente una de las más envolventes y con mayor alcance en el último medio siglo. El énfasis en lo masculino es importante: el Mundial, máxima expresión de la competencia futbolística, está construido por hombres para hablarles a otros hombres de lo que hacen sus pares.
Jugadores, entrenadores, árbitros, auxiliares técnicos, cuerpos médicos, directivos, periodistas… todos ellos son protagonistas de lo que se cuenta. Las mujeres participamos desde las sombras, preferiblemente guardando silencio, pero sin dejar de atender las necesidades de todos ellos.
Nuestro rol se circunscribe a lo que de manera repetitiva y monótona cuentan los chistes, memes y publicidades: deja de joder que, durante un mes, tú no existes más que para lo que nosotros decidimos que tienes que existir. Objeto decorativo en los programas de televisión, motivo de burla en las cadenas que circulan por WhatsApp o para servir, bien sea alimentos o en cualquier otra tarea.
De 17.040 personas registradas para ser voluntarias en la presente Copa del Mundo, el 64 por ciento son mujeres. El número puede interpretarse como una tendencia de la organización a privilegiar mujeres para dicha tarea, aunque también habla de un enorme interés en el evento de parte de ellas.
El análisis que presentó la FIFA sobre las audiencias de la Copa del Mundo de Brasil 2014 también es revelador: dos mil millones de personas alrededor del mundo vieron el certamen que tuvo a Alemania como campeona del torneo. Los números en América Latina son, como mínimo, reveladores. En México, el 45 por ciento de la audiencia fueron mujeres, dos por ciento menos que en Colombia, tres menos que en Argentina y cuatro respecto de Brasil, que tuvo casi una paridad en cuanto a su audiencia: el 49 por ciento de las personas que vieron por televisión el Mundial que se disputó en su país eran mujeres. La publicidad y el relato, sin embargo, siguen manejándose con anteojeras.
La reciente campaña de publicidad de la marca de ropa interior Vicky Form es uno de los ejemplos más claros. En ella, se presenta un tipo de lencería que vibra con los gritos y la intensidad en el estadio. A su parecer, a las mujeres nos hace falta tener un consolador para disfrutar y, por ende, entender el fútbol.
La campaña, no solo carente de creatividad, sino también de conocimiento del mercado, nos incluye en la narrativa de la misma manera que el resto de las esferas: podemos participar en la medida en la que esto satisfaga la idea de lo que, según los estereotipos de género, somos y tenemos que ser.
Como aficionadas también es complicado insertarse. Asistir a una Copa del Mundo significa luchar no únicamente contra la dificultad de ser un cuerpo extraño, sino contra una concepción del deporte en la que los cánones de la masculinidad, la jerga de la guerra y la normalización de conductas amenazantes son parte de la experiencia.
Las referencias al triunfo y a la derrota se limitan, por lo general, a la muerte, a la violación, erecciones y a tener sexo (generalmente anal) con el enemigo. Una contradicción extraña y casi ridícula, como menciona en su monólogo cómico Estupidez compleja la argentina Malena Pichot. Desean penetrar a quien dicen odiar, o al menos eso cantan.
La presunta participación de la árbitra brasileña Fernanda Colombo como primera mujer silbante en una Copa del Mundo fue el simulacro perfecto de lo que habría sucedido de confirmarse la noticia. La prensa y los aficionados se dedicaron, una vez más, a destacar sus atributos físicos y sus fotos en Instagram en lugar de priorizar su labor como impartidora de justicia sobre el terreno de juego.
“¿Qué significa para ti ser periodista de deportes en un mundo preponderantemente masculino? ¿Cómo lo vives?”, son preguntas que he escuchado y he respondido en cientos de ocasiones a lo largo de mis doce años como profesional en este medio. Muchas otras compañeras también se han acostumbrado a que les pregunten eso. A diferencia de los varones, la conversación con nosotras sigue girando en torno a la rareza de nuestra presencia y no acerca de nuestra apreciación y análisis del deporte, nuestra verdadera tarea.
Es una cuestión que también me ha planteado mi amigo y compañero Daniel Brailovsky. En una larga conversación de madrugada, después de haber terminado transmisiones, intercambiábamos puntos de vista sobre lo diferentes que son nuestras experiencias. El Ruso, un exfutbolista de larga trayectoria que ahora funge como uno de los analistas más prestigiosos en la televisión deportiva, reconoció que en este medio “es muy jodido” que una mujer sea aceptada por el público, pero sobre todo por sus pares. “Yo te escucho este tiempo, pero después vuelvo a lo mío. Vos vivís con ello permanentemente y eso es lo más doloroso”.
Hay pocos que lo comprenden. Tal vez ahí radique parte de lo que en muchas ocasiones se niegan a entender todos aquellos que siguen detentando el poder, el capital y la capacidad de tomar algunas decisiones que cambien el estado de las cosas. Su vida, aquella en la que los espacios están diseñados para su comodidad y su desarrollo, no está permeada por estos conflictos.
Son el cuerpo que nos recibe como un antígeno, se nutre con nuestras funciones, pero nos rechaza al momento de querer cambiar el orden de las cosas y convertir la relación en una simbiosis.
El fútbol es probablemente uno de los megáfonos más poderosos de lo que acontece a su alrededor, un espejo del mundo en el que vivimos y que, con la Copa del Mundo, cada cuatro años visibiliza el estado de las cosas. No hace falta tener una lupa para ver que estamos ahí y que existimos: es que, sencillamente, la narrativa se ha decantado por no incluirnos.
Sin embargo, de manera resiliente y constante, como lo hacemos en el resto de las esferas, estamos fabricándonos una silla para sentarnos a la par en una mesa en la que todavía se niegan a recibirnos de manera abierta.
(*) Periodista en Fox Sports y Fox Deportes. Co-fundadora y Presidenta de @mexicoversus