Por Emilce Moler – Columna de la Agencia Télam
Cada 16 de septiembre se rememora uno de los días más tristes de la historia argentina, conocido como La noche de los lápices. Este año se cumplieron 45 años de esas jornadas, en las que diez estudiantes de secundaria de la ciudad de La Plata fueron detenidos por miembros de la Policía bonaerense, y uno de los cuatro sobrevivientes, Emilce Moler, autora del libro «La larga noche de los lápices: relatos de una sobreviviente», recordó este hecho que vivió con 17 años.
«¿Qué pensaste cuando te detuvieron? ¿Sabías lo que te podía pasar? ¿Por qué no te fuiste de La Plata? ¿Cómo resististe? ¿Valió la pena? ¿Te arrepentiste? ¿Cómo saliste adelante? ¿Cómo era militar?».
Cada 16 me interpelan estas y otras tantas preguntas. Buceo en mi interior, viajo al pasado, me sitúo en el presente para poder responderlas, acercando la brecha de apenas 45 años…
La construcción de las memorias colectivas no sólo está en pugna en las interpretaciones del pasado, sino en los significados de lo que somos hoy como sociedad.
Ya hemos visto que el mero hecho de recordar, u olvidar, determinados acontecimientos no nos garantizan su carácter transformador, debemos complejizar los procesos de transmisión de la memoria.
Y es en cada 16 de septiembre que se nos presenta, a quienes sentimos el deber de conmemorar el trágico hecho de la Noche de los Lápices, una oportunidad para evocar imágenes, tejer tramas de la memoria y, sobre todo, proyectar nuevos horizontes.
Es nuestro desafío promover y generar espacios para que las nuevas generaciones expresen los conflictos, las contradicciones, las dudas que generan estos temas. Esto no es solo necesario sino sumamente motivador para que puedan apropiarse de la historia reciente. No nos deben asustar, ni paralizar este tipo de situaciones, hay que tener en cuenta que para los y las estudiantes las controversias y tensiones, funcionan como una especie de antídoto ante situaciones que les resultan lejanas y colaboran en el proceso de producción del relato histórico.
Mucho hemos avanzado como sociedad con estos legados. Las nuevas generaciones aprendieron de nuestra historia, que hay que dar batalla, a no resignarse, a valorar y defender la vida. Que la democracia se construye día a día, que hay que fortalecerla, que la participación en las instituciones es trascendente.
Porque la construcción de una sociedad más justa y equitativa lleva tiempo, es una profunda disputa de poderes, de intereses enfrentados, de construcciones simbólicas y culturales. Lleva esfuerzo, incomoda.
Y así lo entienden los y las jóvenes que se hacen presentes en las calles, en marchas, entre banderas, con sus nuevas reivindicaciones, con la fuerza de los movimientos feministas, en las luchas por el aborto legal, por el cuidado del ambiente. Se apropian de la historia reciente, protagonistas de su época, marcan nuevas agendas, actividades, valores.
Este año, tan particular, donde no dejamos atrás por completo la pandemia, pero comenzamos a transitar nuevas cotidianeidades, los y las adolescentes toman las voces narradas en primera persona, y las multiplican con sus propios lenguajes, con sus propias maneras, con sus nuevos estilos. En sus apps, videos, canciones, encuentros virtuales, podcast y un sinnúmero de mensajes que dicen No al olvido.
Desde las pantallas se debate, se celebra y se milita que nos encontramos en los umbrales de las vacunas para adolescentes. Y esto no es menor, porque un joven vacunado es un joven que está mejor preparado para disfrutar la vida y eso, eso vale mucho.
El desafío es que las voces se escuchen no solo en las efemérides, sino cada día a día, en cada momento, en cada decisión. Que no sean susurros, sino que suenen fuertes, altas, potentes… como en las banderas en las emblemáticas marchas del 16.
Un nuevo septiembre que trae consignas por la memoria de quienes no están, contra el olvido, la verdad, justicia y en especial…. Para defender la vida que queremos.