Pasaron 25 años desde el asesinato en un locutorio en pleno centro de La Plata, episodio que marcó para siempre a los platenses, hasta la masacre en las tierras ocupadas en La Matanza. La percepción desde el periodismo y la ausencia absoluta del Estado.
Por Eloy Gómez Raverta – X @EloyGR – IG eloygr62
Veinticinco años atrás el por entonces director del Diario Popular, Alberto “Chango” Albertengo, pensaba junto al jefe de redacción de ese medio, Guillermo Vucetich, el título principal de tapa de un matutino platense recién nacido y ambos concluían en un rotundo “no hay nada”, lo que traducido de la jerga periodística significa que no hay una información lo suficientemente importante para encabezar la primera plana.
Pero “sí había”, y no lo estaban viendo: Los dos periodistas llevaban muchos años trabajando en Avellaneda. Para los que hacían el “Popu”, un diario que se gestaba en esa ciudad y era muy fuerte en el primer y segundo cordón del Conurbano Sur, un crimen era cosa de todos los días. Pero un crimen en pleno centro de La Plata, para la sociedad platense, era el despertar de la barbarie, un golpe inaceptable.
El “Chango” y “Vuce” mamaban la realidad violenta del “lejano oeste” – así se le decía al Conurbano- que se plasmaba sin muchas estridencias en las páginas policiales del Popular. Hasta que recibieron una voz de alerta desde el diario «El Día» de La Plata, que los llevó a revisar el contexto y advertir la real dimensión del crimen del locutorio, durante un intento de asalto, en Plaza Italia. Y entonces, el reciente diario “El Plata” tuvo un título indiscutido.
Estaban frente al choque de dos formas de vida absolutamente distintas: Por un lado, el Gran Buenos Aires Sur en donde se convivía con la cotidianeidad de la muerte en episodios violentos; y por otro, la capital de la Provincia, que respiraba un aire de pseudo seguridad que el crimen de Angel Giugno, el 9 de septiembre de 1999, quizá alteró para siempre.
Pasaron muchos años para que los platenses empezaran a atragantarse, cada tanto, con asesinatos ligados a episodios de inseguridad. Y todavía hoy se jactan de “no pertenecer” al Conurbano, aunque los robos y asaltos en todos los barrios de la ciudad – aún en las zonas más privilegiadas-, con su secuela de violencia y muerte, ya no son tan excepcionales como antes.
LA MASACRE DE GONZÁLEZ CATÁN.- La estricta actualidad, en rigor, parece darles la razón al “Chango” y a “Vuce”. Los cinco asesinatos ocurridos este domingo en González Catán, partido de La Matanza, una de las zonas más calientes de la inseguridad en la Provincia, reflejan que la percepción de los prestigiosos periodistas de Diario Popular – a fines de la década del ’90- se profundizó a extremos inimaginables.
Claro está, la gravedad de este episodio nunca podría pasar desapercibido, a pesar del acostumbramiento y el negacionismo que siempre se intenta instalar desde la política, y vuelve a poner en primera plana – más allá de la descomposición social que derivó en el hecho, de la intrusión y emparentamiento del fenómeno narco y el tráfico de tierras- la enorme deuda que los gobiernos bonaerenses tienen con los habitantes de la Provincia en materia de seguridad.
La “masacre de González Catán” dejó un saldo, no definitivo aún, de cinco muertos – entre ellos un adolescente de 16 años- y ocho heridos. Ocurrió por una disputa de dinero en el marco de la ocupación de unos terrenos en el barrio “8 de Diciembre”, cuando tres personas comenzaron a disparar contra integrantes de las comunidades boliviana y peruana, asentados ahí en forma irregular, que participaban de una reunión con los “delegados” de la zona, de nacionalidad paraguaya, que les habrían vendido las parcelas tomadas a unas 500 familias.
La muerte de estas cinco personas, si se quiere, es el árbol que no debe ocultar un frondoso bosque de desigualdades, injusticias, pauperización de condiciones de vida de la población, profundo desmadre de la política migratoria Argentina y ausencia absoluta del Estado desde hace décadas en La Matanza, que hoy se hizo más notable a partir del silencio de radio del intendente, Fernando Espinosa y del gobernador, Axel Kicillof; y ante la pobrísima actuación del ministro de Seguridad de la Provincia, Javier Alonso, que salió a informar que por el hecho había solo un demorado.
Quedó más que claro, el Estado y la política nuevamente brillaron por su ausencia frente a una tragedia que, se sospecha, tiene como cómplices a punteros políticos matanceros enredados en el turbio negocio de la venta de tierras ocupadas de forma ilegal, en un distrito complicado en el que cualquier intervención requiere la “venia del patrón”.