Por Claudio Gómez (*)
La indignación que produjeron en algunos funcionarios públicos del oficialismo las declaraciones de Carlitos Tevez sobre la pobreza en el Norte argentino se parecen más a los ampulosos gestos de Caruso Lombardi cuando se disgusta por un fallo arbitral que a la reacción mínimamente lógica de un administrador del Estado.
Hay una sola revolución posible y se producirá cuando la ciudadanía, el Pueblo, advierta que estos tipos y otros de similar calaña, que pretenden anular la observación de un jugador de fútbol llamándolo «villero», no son otra cosa que nuestros empleados y no nuestros jefes.
Con singular eficiencia la clase política nos ha convencido de que ella manda y nosotros, cada cuatro años, podemos quitarla. En ese transcurrir, se llenan de guita, generan conflictos, suponen que merecen reverencias y rechazan la crítica con la misma crueldad con la que Nerón incendió Roma.
Esa clase se postula, cobra por el lugar que alcanza, tendrá una jubilación privilegiada y el futuro asegurado por generaciones, pero nada se puede decir contra ella: La Patria es el otro, no, ese no, ese es un «villero», el otro; no, ese no, el otro, ese es un cipayo, el otro …
Basta.
Carlitos GPS señala cuáles son las zonas peligrosas de la sociedad, marca que la brecha entre ricos y pobres existe y se puede ver perfectamente desde la ventana de un Hotel cinco estrellas.
Carlitos GPS no te avisa que pasás por una zona peligrosa al atravesar un barrio lleno de pobres, de trazos desprolijos, formado por chapas y maderas. No, este sistema de alarma apunta a otro peligro: dice «Cuidado, zona peligrosa» y te enseña, por ejemplo, la casa de Boudou.
A Carlitos GPS no lo asusta el pobrerío, porque él es un «villero», esa es su cuna. Lo alarma su contracara, tenebrosa y clandestina, la del lujo obsceno de joyas que brillan hasta el escándalo silenciado por el poder de turno. Yo siempre quise tener uno de esos y lo fui perdiendo con los años.
(*) Periodista.
25/08/15