Por Claudio Gómez (*)
Cierta vez, en tiempos revueltos, militantes de PRT viajaron a China para entrevistarse con Mao. Le preguntaron cómo se hacía una revolución. Y Mao les contestó: «Si yo fuera argentino, se lo preguntaría a Perón».
Hoy Macri inauguró un monumento al General, en fecha de su cumpleaños. Desde el kirchnerismo opinaron que la acción no fue otra cosa que proselitismo (opinión que podemos anticipar, sin temor a equívoco, redondeará mañana el Jefe de Gabinete y candidato a la gobernación bonaerense, Aníbal Fernández. Su respuesta no va a evitar alguna frase que será menos ingeniosa que obscena. Sí, así será, ya que se trata de la misma persona que cuando el hijo de Hugo del Carril le negó a este gobierno el uso de la Marcha Peronista con fines propagandísticos, fustigó con aquel latigillo gorila, bien recordado: «Que a la marchita se la metan en el culo»).
El kirchnerismo tiene razón: Macri usó el monumento a Perón para darle un argumento peronista a algún peronista desprevenido. Pero esa utilización no es en sí misma nociva. Perón pensó en Balbìn para integrar la fórmula presidencial en 1974. Y, es más, le ordenó a Isabel que después de su muerte y antes de tomar una decisión la consultara con el «Chino». Perón pretendió la unidad de la Argentina, que no sucedió. Las argucias de Macri son menos sofisticadas, claro.
En «Las palabras y las cosas» Foucault asegura que las cosas son por lo que son o por lo que no son; por la semejanza o por la diferencia, las cosas son.
No hay un sólo político en Argentina que pueda eximirse de la figura de Perón, para amarlo o denostarlo. La cruz de la Historia Política argentina es Perón.
Macri no es peronista. Su historia política se contradice con la doctrina peronista. Macri es no peronista. Y un monumento a Perón no lo transforma. El kirchnerismo no inauguró un monumento. Eso lo diferencia de Macri, pero en algún punto la codicia y la indiferencia se asemejan: ese punto es el puñal que traza la cara del desagradecido.
(*) Periodista.
09-10-15